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Fábula de una mirada en la sombra

julio 26, 2020
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Fábula de una mirada en la sombra

Por: Cesar Mauricio Olaya Corzo
Fotógrafo Comunicador Social

 

Para ser artista o en este caso para ser fotógrafo, se requiere como ingrediente fundamental la sensibilidad, entendida ella como una especie de hormona presente en todos los seres humanos casi de manera latente, pero que muy pocas veces, encuentra el terreno abonado para germinar y dar a luz, cualquiera de esos elementos que los profanos llaman arte, pero qué en realidad, no es otra cosa que la voz del alma.

En esta genética particular que favorece a pocos, porque pocos son los llamados a las puertas del Olimpo para dejar su Ofrenda Votiva y despertar los favores de Minerva, diosa de las artes y la razón; es donde surgen artistas que de alguna manera permanecieron ocultos y absorbidos por la dinámica de sus universos académicos o laborales, que les impedían propiciar la Luz necesaria para hacer germinar su talento.

Héctor Ignacio Cristancho es un ejemplo en referencia, aunque al escucharlo, se deduzca que en realidad de tiempo atrás, así fuera por las rendijas de su inconsciente, se estaba colando el nacimiento de un artista. – A pesar de las intensiones de su padre, así tocara a los correazos, por que su hijo aprendiera a rasgar el tiple que heredara de sus ancestros charaleños,  en esa infancia campesina, dura y trajinada que viviera en su pueblo natal, resultaron inútiles, pues literalmente Héctor no había nacido para músico, pero problamente sí para poeta-.

Esos primeros asomos al mundo del arte los hizo visibles escribiendo odas cargadas de romanceros episodios para deleitar los castos oídos de sus pretendidos amores de colegio, qué tras no dar los resultados esperados, hicieron que la semilla de vate que propugnaba por germinar, terminara marchita entre los avatares del diario vivir.

Debieron de pasar muchísimos años, para que un campanazo en su salud, le hiciera ver que era necesario soltar el pedal del acelerador y detenerse a mirar la vida con otros ojos, encontrando una herramienta para hacerlo, precisamente a través del visor de una cámara fotográfica que más por curiosidad, empezaba a detallar en sus posibilidades.

Y un día la hormona de la sensibilidad brotó, germinó, creció, abonada quizá por la sustancia vital que desde niño le brindara el campo, el olor de la tierra, los amaneceres abrigados de la neblina que se escurría desde el páramo, el recuerdo de las quebradas que surcaban los verdes valles de su tierra, el dorado del trigo que su padre cegaba con tesón, los cielos sempiternamente vestidos de azul e infinidad de acuarelas que se mantenían bajo llave en su alma.

Con el proyecto Ana T., revelando el oscuro, triste y canceroso mundo de la prostitución, supo que la fotografía tenía el don de inventariar la realidad, pero que esta podía pasar de ser un documento notarial, para evidenciar poesía visual;  tocar las fibras del alma y entrar en la esencia de estas mujeres ajadas por el vicio, el alcohol y la infamia de hacer de sus cuerpos el receptor de malas vibras, donde el sexo adquiría la figura del mitológico Cerbero, vigilante de las puertas del infierno.

Buscando razones para intentar explicar la miseria humana, se encuentra con la mirada triste, perdida, silente y angustiada del habitante de calle. Se acerca a ellos, les tiende su mano, los escucha, respira el hedor de su miseria y al final, rompe las barreras y con su cámara, congela esos instantes convertidos en radiografías de la Non Presentia. Retratos sociales de un universo que late en nuestras calles, en nuestras ciudades, pero que parecieran ser fantasmas que nadie quiere reconocer que están junto a nosotros, a nuestros pies, a nuestra diestra.

Nuevos proyectos vienen en camino, darle voz a esas viejas casas de bahareque que salpican el paisaje circundante a nuestros pueblos y veredas. Hacer visible el trabajo de los artesanos del barro qué con sus encalladas manos, moldean figuras que son retratos de sus propios anhelos. Reconstruir la semiótica de los tendederos de ropa, donde bajo el capricho del astro rey, se oran múltiples mensajes del haber interno de las familias que habitan la casa donde se han tendido los trapitos al sol.

Como en la fábula de Samaniego, las uvas aún estaban verdes en el quehacer de este artista a la sombra, ahora y siguiendo la sabia moraleja, esfuerzo y perseverancia, han visibilizado a este artista y lo han sacado de las sombras, para mostrarnos la luz en tantos espacios, lugares y retratados que habrán de llegar.

 

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